La caída
El pecado vino al mundo a través de Adán y Eva, quienes fueron desobedientes a Dios. Por su acto de desobediencia (la caída), Adán y Eva fueron contaminados y su carne – su naturaleza humana – se volvió pecaminosa. (Génesis 3,1-6; Romanos 5,12) Los deseos habitaron en esa carne, que se despertó y comenzó a oponerse a la voluntad de Dios. Estos deseos son llamados «el pecado en la carne,» o nuestra propia voluntad.
Tener pecado – ser tentado
Todos los seres humanos han heredado el pecado en la carne, y es por eso que podemos decir que todos tienen pecado. (1 Juan 1,8) Esto lo experimentamos cuando somos tentados. «Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.» Santiago 1,14-15. Ser tentado no es lo mismo que pecar, pero si conscientemente cedemos a nuestros deseos, el pecado es “concebido”. Esto sucede cuando nuestros pensamientos están de acuerdo con el pecado que mora en nuestra carne.
Cometer pecado; caer en pecado
Hay una gran diferencia entre tener pecado y cometer pecado. Quienes cometen pecado son aquellos que quieren pecar – no quieren dejar de pecar. «El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio.» 1 Juan 3,8. «…y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.» Santiago 1,15. Esto está referido a una muerte espiritual, a una separación de Dios. Dios no puede tener comunión con una persona que no quiere renunciar al pecado. Esta es una vida sin esperanza y sin Dios.
Cuando hemos dado nuestras vidas a Jesús, andamos por el camino que Él anduvo. Nos hemos comprometido a hacer la voluntad de Dios y a dejar de vivir en el pecado. Hemos tomado una lucha contra el pecado y hemos comenzado a caminar en el camino de la vida. Aun así, puede suceder que mientras andamos en el camino terminemos cayendo en pecado. Sin embargo, este no era mi pensamiento – mi pensamiento era servir a Dios y seguir a Cristo. Entonces no debo permanecer en el pecado, sino entristecerme por ello, arrepentirme y pedir perdón y levantarme de inmediato. Porque nuestro sentir es hacer lo bueno, y estas caídas nos hacen atentos y despiertos, de modo que no vuelva a suceder.
¡No pequéis!
«Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis.» 1 Juan 2,1. ¡Esto tiene que ser posible, puesto que está escrito! Jesús vivió una vida como ser humano, bajo las mismas condiciones que nosotros, pero jamás pecó, porque jamás cedió antes los deseos que moraban en su carne. ¡En cambio, Dios pudo condenar el pecado en la carne! (Hebreos 4,15; Romanos 8,3). Por esto la muerte no pudo retenerlo, y a través de este sacrificio abrió un camino de regreso a Dios, donde como discípulos podemos seguirle. ¡Qué evangelio más poderoso y esperanzador hemos recibido!